Consideramos importante la literatura folclórica
ya que es la tradición oral de la historia de un pueblo que se basa en sus
vivencias, sus tradiciones, sus historias y como van cambiando con el paso del
tiempo primero pasando de unos a otros de forma oral a través de arrieros,
viajantes y buhoneros, ellos las enseñaban y luego los padres de familia las
contaban a las generaciones más jóvenes aportando modificaciones propias por
eso podemos encontrar una historia folclórica contada de distintas maneras,
llegando a nosotros de forma escrita.
Dentro de la literatura folclórica
encontramos canciones, retahílas, leyendas, romances, fábulas, trabalenguas…sus
característicos principales son:
·
El anonimato: Los textos folclóricos son narrados por varias
personas a lo largo de los siglos hasta que uno decide escribirlas.
·
La oralidad.
·
La multiplicidad de variantes: adaptabilidad de los textos a cada
cultura, ya sea transmisión horizontal o vertical.
Con el tiempo textos sencillos y populares
del folclore han pasado a considerarse de manera errónea textos infantiles. De
esta manera el niño se ve inmerso en culturas ancestrales con personajes
mágicos, siendo transmitido de forma horizontal, siendo de gran importancia que
conserve su oralidad y siguiendo la regla imprescindible de que los textos folclóricos son para contar y
cantar, los textos de autor para leer.
LAS
HADAS (CHARLES PERRAULT)
Érase una viuda que tenía dos hijas; la
mayor se le parecía tanto en el carácter y en el físico, que quien veía a la
hija, le parecía ver a la madre. Ambas eran tan desagradables y orgullosas que
no se podía vivir con ellas. La menor, verdadero retrato de su padre por su
dulzura y suavidad, era además de una extrema belleza. Como por naturaleza
amamos a quien se nos parece, esta madre tenía locura por su hija mayor y a la
vez sentía una aversión atroz por la menor. La hacía comer en la cocina y
trabajar sin cesar.
Entre otras cosas, esta pobre niña tenía
que ir dos veces al día a buscar agua a una media legua de la casa, y volver
con una enorme jarra llena.
Un día que estaba en la fuente, se le
acercó una pobre mujer rogándole que le diese de beber.
- Como no, mi buena señora -dijo la
hermosa niña.
Y enjuagando de inmediato su jarra, sacó
agua del mejor lugar de la fuente y se la ofreció, sosteniendo siempre la jarra
para que bebiera más cómodamente. La buena mujer, después de beber, le dijo:
-Eres tan bella, tan buena y tan amable,
que no puedo dejar de hacerte un don -pues era un hada que había tomado la
forma de una pobre aldeana para ver hasta dónde llegaría la gentileza de la
joven-. Te concedo el don -prosiguió el hada- de que por cada palabra que
pronuncies saldrá de tu boca una flor o una piedra preciosa.
Cuando la hermosa joven llegó a casa, su
madre la reprendió por regresar tan tarde de la fuente.
-Perdón, madre mía -dijo la pobre
muchacha- por haberme demorado-; y al decir estas palabras, le salieron de la
boca dos rosas, dos perlas y dos grandes diamantes.
-¡Qué estoy viendo! -dijo su madre, llena
de asombro-; ¡parece que de la boca te salen perlas y diamantes! ¿Cómo es eso,
hija mía?
Era la primera vez que le decía hija.
La pobre niña le contó ingenuamente todo
lo que le había pasado, no sin botar expulsar
una infinidad de diamantes.
-Verdaderamente -dijo la madre- tengo que
mandar a mi hija; mira, Fanchon, mira lo que sale de la boca de tu hermana
cuando habla; ¿no te gustaría tener un don semejante? Bastará con que vayas a
buscar agua a la fuente, y cuando una pobre mujer te pida de beber, ofrecerle
muy gentilmente.
-¡No faltaba más! -respondió groseramente
la joven- ¡ir a la fuente!
-Deseo que vayas -repuso la madre- ¡y de
inmediato!
Ella fue, pero siempre refunfuñando. Tomó
el más hermoso jarro de plata de la casa. No hizo más que llegar a la fuente y vio
salir del bosque a una dama magníficamente ataviada que vino a pedirle de
beber: era la misma hada que se había aparecido a su hermana, pero que se
presentaba bajo el aspecto y con las ropas de una princesa, para ver hasta
dónde llegaba la maldad de esta niña.
-¿Habré venido acaso -le dijo esta grosera
mal criada- para darte de beber? ¡Justamente he traído un jarro de plata nada
más que para dar de beber a su señoría! De acuerdo, bebe directamente, si
quieres.
-No eres nada amable -repuso el hada, sin
irritarse-; ¡está bien! ya que eres tan poco atenta, te otorgo el don de que a
cada palabra que pronuncies, te salga de la boca una serpiente o un sapo.
La madre no hizo más que divisarla y le
gritó:
-¡Y bien, hija mía?
-¡Y bien, madre mía! -respondió la
malvada, echando dos víboras y dos sapos.
-¡Cielos! -exclamó la madre- ¿qué estoy
viendo? ¡Tu hermana tiene la culpa, me las pagará! -y corrió a pegarle. A reprochárselo
La pobre niña arrancó y fue a refugiarse
en el bosque cercano. El hijo del rey, que regresaba de la caza, la encontró y
viéndola tan hermosa le preguntó qué hacía allí sola y por qué lloraba.
-¡Ay!, señor, es mi madre que me ha echado
de la casa.
El hijo del rey, que vio salir de su boca
cinco o seis perlas y otros tantos diamantes, le rogó que le dijera de dónde le
venía aquello. Ella le contó toda su aventura.
El hijo del rey se enamoró de ella, y
considerando que semejante don valía más que todo lo que se pudiera ofrecer al
otro en matrimonio, la llevó con él al palacio de su padre, donde se casaron.
En cuanto a la hermana, se fue haciendo
tan odiable, que su propia madre la echó de la casa; y la infeliz, después
de haber ido de una parte a otra sin que nadie quisiera recibirla, se fue a
morir al fondo del bosque. Ella misma
se construyó una casita, donde podía albergar toda la gente que como ella no
tuviera familia.
Moraleja
Las
riquezas, las joyas, los diamantes
Son
del ánimo influjos favorables,
Sin
embargo los discursos agradables
Son
más fuertes aún, más gravitantes.
Otra
moraleja
La
honradez cuesta cuidados,
Exige
esfuerzo y mucho afán
Que en
el momento menos pensado
Su
recompensa recibirán
Trabajar en el aula:
He subrayado las palabras o frases que no
me parecían adecuadas para una clase de infantil y al lado he puesto su
sustitución en cursiva. La palabra botar “botar" me parecía algo
complicadasustituyéndola por expulsar. En la parte que pone “corrió a pegarle”
me ha parecido adecuado me ha parecido más correcto “corrió a reprochárselo”, a
estas edades claro que saben lo que es pegar pero no deben normalizarlo. He
decidido cambiar el final, me parece un poco trágico para niños tan pequeños.
Elegiría esta historia para una clase de
niños de 5 años. Como no seguiremos el texto al pie de la letra , al llevarlo a
cabo en clase, me parecería adecuado no enfatizar tanto en la importancia de la
belleza. En muchas historias, y esta es una de ellas, se asocia demasiado, los
protagonistas buenos son guapísimos y los malos feísimos y no me parece del
todo adecuado.
Como es una historia para
“trabajar" (comentar, opinar) me parecería oportuno contarla después de la
asamblea, tras finalizar la historia les preguntaría:
-¿Qué personaje elegirían
ser y por qué?
-¿Qué es lo que han
entendido de la moraleja?
-¿Por qué la madre se queda
sola?
Bibliografía
LA CENICIENTA (CHARLES PERRAULT)
Érase una vez un gentil hombre que se casó
en segundas nupcias con la mujer más altiva y orgullosa que se pudo ver jamás.
Tenía dos hijas que eran idénticas a ella, al haber heredado todo su carácter.
El marido, por su parte, tenía una hija joven, de una dulzura y bondad sin
igual, pues se parecía en todo a su madre, que había sido la mejor persona del
mundo.
Inmediatamente después de la boda, la
madrastra dio rienda suelta a su mal carácter; no podía soportar las buenas
cualidades de aquella niña, que hacían a sus hijas aún más odiosas. La obligó a
hacer las tareas más viles de la casa: tenía que fregar los platos, limpiar las
escaleras y toda la casa, arreglar todas las habitaciones, incluidas las de sus
hijas. Dormía en un desván, en lo más alto de la casa, sobre un mal jergón,
mientras que sus hermanas disponían de grandes habitaciones entarimadas, con
camas a la última moda, y grandes espejos donde se podían ver de cuerpo entero.
La pobre chica lo sufría todo con mucha
paciencia y no se atrevía nunca a quejarse a su padre, por temor a que le
riñera, pues su mujer lo tenía completamente dominado.
Cuando la joven terminaba sus tareas, se
iba a un rincón de la chimenea a sentarse sobre las cenizas, por lo que en la
casa la llamaban generalmente Culoceniza. La hermana pequeña, que no era tan
mala como la mayor, la llamaba Cenicienta; aunque Cenicienta, con sus harapos,
no dejaba de ser cien veces más hermosa que sus hermanas, a pesar de que ambas
vestían con ropas muy lujosas.
Y sucedió que el hijo del Rey dio un
baile, al que invitó a todas las personas de calidad ricas, siendo invitadas también nuestras
dos señoritas, ya que ellas pertenecían a una familia distinguida en el país. Helas
aquí, pues, Ellas estaban muy
contentas y muy atareadas en elegir los vestidos y los peinados que les
sentaran mejor. Esto ocasionó nuevos trabajos para Cenicienta, ya que era ella
quien planchaba la ropa de sus hermanas y quien almidonaba los puños.
Continuamente las oía hablar de la forma en que iban a arreglarse.
-Yo -decía la mayor- me pondré el vestido
de terciopelo rojo y el aderezo de Inglaterra.
-Yo -decía la menor-, me pondré una
sencilla falda, aunque también llevaré el mantón de flores de oro y el broche
de diamantes, que no está muy visto.
Buscaron una buena peluquera que les
hiciera los peinados de dos pisos, y encargaron en la sastrería lunares
postizos; llamaron a Cenicienta para pedirle su opinión, ya que tenía muy buen
gusto.
Cenicienta les aconsejó lo mejor que pudo,
ofreciéndose incluso para retocarles el peinado, lo que aceptaron
inmediatamente las hermanas, pues era lo que estaban deseando.
Mientras las peinaba, ellas le decían:
-Cenicienta, ¿te gustaría ir al baile?
-¡Ay, señoritas, ¿os estáis burlando?; eso
no está hecho para mí.
-Tienes razón, la gente se reiría mucho
viendo a una sucia Culoceniza acudir al baile.
Otra que no fuera Cenicienta las habría
peinado al revés, pero ella, que era buena, las peinó estupendamente.
Las dos hermanas estuvieron casi dos días
sin comer, pues querían lucir una figura estilizada. Sin embargo, aún rompieron
más de doce cordones a fuerza de tirar de ellos para conseguir una talle más
fino estar más delgadas y no
dejaban un momento de mirarse en el espejo.
Al fin llegó el feliz día y las hermanas
se marcharon. Cenicienta las siguió con la mirada todo el tiempo que pudo y,
cuando las perdió de vista, se puso a llorar.
Su Madrina, que era un
hada, la sorprendió hecha un mar de lágrimas y le preguntó qué le pasaba.
-¡Me gustaría mucho...,
me gustaría mucho...!
Cenicienta lloraba tan
fuerte que no pudo terminar. El hada le preguntó:
-Te gustaría mucho ir al
baile, ¿verdad?
-¡Ay, sí! -dijo
Cenicienta suspirando.
-Bueno, si te portas
bien -dijo su Madrina-, yo haré que vayas.
La llevó a su habitación
y le dijo:
-Ve al jardín y tráeme
una calabaza.
Cenicienta fue enseguida
a coger la más hermosa que pudo encontrar, y se la llevó a su Madrina, no
pudiendo adivinar cómo esa calabaza podría hacerla ir al baile.
Su madrina la vació
dejando sólo la corteza, la tocó con su varita mágica y la calabaza se
transformó en el acto en una hermosa carroza dorada.
Después miró en la
ratonera, donde encontró seis ratones vivos aún, y le dijo a Cenicienta que
levantara un poco la trampilla; a cada ratón que salía, le daba un golpecito
con la varita y el roedor se transformaba en un hermoso caballo, así hasta que
tuvo un precioso tiro de seis caballos, de un bello color de ratón gris claro.
Como estuviera
preocupada por encontrar algo que le sirviera de cochero, dijo Cenicienta:
-Voy a ver si alguna
rata ha caído en la ratonera, para convertirla en cochero.
-Tienes razón -dijo su
Madrina-, mira si hay.
Cenicienta le llevó la
ratonera, donde había tres ratas muy gordas. El hada eligió una, la que tenía
las mejores barbas, y, tocándola con la varita, la convirtió en un gordo
cochero, que lucía unos hermosos mostachos.
Después le dijo:
-Ve al jardín y allí
encontrarás seis lagartos detrás de la regadera. Tráemelos.
En cuanto los hubo traído,
el hada madrina los convirtió en seis lacayos, que subieron al instante a la
trasera de la carroza con sus libreas llenas de galones, muy erguidos, como si
no hubieran hecho otra cosa en su vida.
El hada dijo entonces a
Cenicienta:
-Bueno, aquí tienes ya
con qué ir al baile. ¿Estás contenta?
-Sí, pero, ¿cómo voy a
ir con este viejo vestido?
Su Madrina no hizo más
que tocar con la varita mágica las pobres ropas, y al momento se transformaron
en vestidos de tisú de oro y plata, recamados llenos de piedras preciosas; también le dio el hada un par de
zapatos de cristal, los más bonitos del mundo.
Cuando Cenicienta estuvo
de tal modo vestida, subió a la carroza; pero su madrina le recomendó ante todo
que regresara antes de la medianoche, advirtiéndole que, si permanecía en el
baile un minuto más, su carroza volvería a ser calabaza; sus caballos, ratones;
sus lacayos, lagartos, y sus ropas viejas recobrarían su aspecto normal.
Prometió a su Madrina
que haría todo tal como ella decía; y se fue llena de felicidad.
El hijo del Rey, a quien
comunicaron que acababa de llegar una princesa que nadie conocía, fue a
recibirla; le dio la mano cuando bajó de la carroza, y la condujo al gran salón
donde estaban los invitados.
Se hizo entonces un
repentino silencio; se paró el baile y los violines dejaron de tocar, de tan
sorprendidos que estaban contemplando la gran belleza de aquella desconocida.
Sólo se escuchaba un rumor confuso:
-¡Oh! ¡Qué hermosa es!
El propio Rey mismo, a
pesar de ser muy viejo, no dejaba de mirarla y de decirle a la reina en voz
baja, que hacía mucho tiempo que no veía a nadie con tanta gracia y belleza.
Todas las damas
observaban con mucha atención su peinado y su vestido, para tener desde el día
siguiente otros parecidos, siempre que pudieran encontrarse telas tan
maravillosas y modistas tan expertas.
El hijo del Rey la
colocó en un lugar de honor y en seguida la sacó a bailar. Ella danzó con tanta
gracia que la admiraron aún más. Los criados trajeron manjares exquisitos para
los invitados, pero el joven príncipe no probó bocado. ¡Tan embelesado estaba
contemplando a la desconocida! Cenicienta se sentó al lado de sus hermanas,
haciéndoles muchos cumplidos y compartiendo con ambas las naranjas y los
limones con que el príncipe las había obsequiado, lo cual las sorprendió mucho,
pues ellas no la conocían de nada.
Estaban charlando,
cuando Cenicienta oyó que daban las doce menos cuarto; entonces hizo una gran
reverencia a todos los presentes y se marchó a toda prisa.
En cuanto llegó a casa,
fue a buscar a su Madrina y, luego de haberle dado las gracias, le dijo que
desearía otra vez ir al baile al día siguiente, porque el hijo del rey se lo
había pedido.
Cuando ella estaba
ocupada contándole a su Madrina todo lo sucedido en el baile, las hermanas
llamaron a la puerta y Cenicienta fue a abrirles:
-¡Cuánto habéis tardado en volver!- les dijo mientras se frotaba los ojos y
se desperezaba como si acabara de despertarse; aunque, por supuesto, ella no
tenía nada de sueño.
-Si hubieses venido al
baile -le dijo una de sus hermanas-, no te habrías aburrido, pues ha asistido
una hermosa princesa, la más hermosa que nadie haya visto jamás, y ha sido muy
amable y atenta con nosotras, obsequiándonos con naranjas y limones.
Cenicienta estaba muy
feliz y les preguntó el nombre de la princesa, pero le respondieron que nadie
la conocía, ni siquiera el hijo del Rey, y que éste daría cualquier cosa por
saber quién era.
Cenicienta, sonriendo,
les preguntó:
-¿Tan hermosa era? ¡Dios
mío, pues sí que tenéis suerte! ¿No podría verla yo? ¡Ay, señorita Javotte, ¿no
podrías prestarme tu vestido amarillo, ese que te pones a diario?
-¡Pues sí -dijo la
señorita Javotte -, precisamente en eso estaba yo pensando! ¡Estaría loca si
prestara mi vestido a una sucia Culoceniza como tú!
Cenicienta esperaba esta
negativa y se alegró de ello, porque se hubiera encontrado en un gran dilema si
su hermana le hubiera querido prestar el vestido.
Al día siguiente las dos
hermanas fueron al baile y Cenicienta también, aunque todavía mejor ataviada
que la primera vez.
El hijo del Rey estuvo
con ella toda la noche y no paró de decirle cosas bonitas; hasta tal punto la
distrajo, que olvidó lo que su madrina le había recomendado, de manera que oyó
sonar la primera campanada de medianoche, cuando creía que no eran aún ni las
once. Cenicienta huyó entonces, con la ligereza de una gacela.
El Príncipe la siguió,
mas no pudo alcanzarla, y ella, en la precipitación de la huida, dejó caer uno
de sus zapatos de cristal, que el príncipe se apresuró a recoger con mucho
cuidado.
Cenicienta llegó a su
casa muy sofocada, sin carroza, sin lacayos, y con sus feos vestidos; no le
quedaba de tanto esplendor más que el otro zapato de cristal, la pareja del que
había dejado caer.
Preguntaron a los
guardias de la puerta del palacio si habían visto salir a una princesa, y
contestaron que sólo habían visto salir a una muchacha muy mal vestida, que
tenía más el aspecto de una campesina que de una señorita.
Cuando sus dos
hermanastras regresaron del baile, Cenicienta les preguntó si también esa noche
se habían divertido y si la bella dama había de nuevo aparecido.
Ellas le dijeron que sí,
pero que había huido cuando llegó la medianoche, y que había perdido en su
precipitación uno de sus zapatitos de cristal, el más bonito del mundo; que el
hijo del Rey lo había recogido, y que no había hecho otra cosa, en todo el
resto del baile, sino mirarlo permanentemente, y que, con total seguridad,
estaba muy enamorado de la hermosa joven a quien pertenecía ese zapatito.
Las hermanas decían la
verdad, ya que pocos días después, el hijo del rey mandó publicar a toque de
corneta que se casaría con aquella joven a quien le viniese bien el zapatito de
cristal.
Y comenzó a probárselo a
las princesas, siguiendo las duquesas, y a todas las damas de la corte, pero
todo fue en vano.
Por fin, la prueba llegó
a la casa de las hermanas, que hicieron todo lo posible para que su pie entrara
en el zapatito, pero no lo consiguieron.
Cenicienta, que las
miraba y que reconoció su zapato, dijo riéndose:
-¡Puedo intentarlo yo!
Sus hermanas se echaron
a reír y empezaron a burlarse de ella. El gentil hombre que efectuaba la prueba
del zapato, habiendo contemplado atentamente a Cenicienta, y encontrándola muy
hermosa, dijo que era justo, y que él tenía orden de probárselo a todas las
jóvenes. Hizo sentar, entonces, a Cenicienta y, acercando el zapato a su
piececito, vio que entraba sin esfuerzo y que le caía como un guante.
La sorpresa de las
hermanastras fue grande, pero más grande aún fue cuando Cenicienta sacó de su
bolsillo el otro zapatito, que se puso en el otro pie. En ese preciso instante
hizo su aparición el hada Madrina, quien, golpeando con la varita mágica los
vestidos de Cenicienta, los convirtió en unos vestidos mucho más deslumbradores
que todos los anteriores.
Entonces las dos
hermanas la reconocieron como la hermosa dama que habían visto en el baile y se
arrojaron a sus pies para pedirle perdón por todos los malos tratos que le
habían hecho sufrir.
Cenicienta las levantó y
les dijo, abrazándolas, que las perdonaba de todo corazón y que les rogaba que,
en adelante, fueran buenas amigas.
Cenicienta, ataviada
como estaba, fue conducida ante el joven Príncipe, que la encontró más hermosa
que nunca; y unos días después se casó con ella.
Cenicienta, que era tan
buena como hermosa, había hecho que sus hermanas se alojaran en el palacio, y
el mismo día las casó con dos grandes señores de la corte.
Trabajar en el aula:
He sustituido la
expresión “personas de calidad" por “personas ricas”, “helas aquí, pues" por “ellas
estaban", “una talle mas fino" por “estar más delgadas y
“recamados" por llenos. En el resto de la historia no cambiaría nada más.
Contaría la historia, como anteriormente, en
una clase de 5 años, después de la asamblea, para tener un tiempo para
trabajarla y opinar. Me gustaría preguntarles si les parece bien o mal qué a la fiesta solo pudieran ir personas ricas o
princesas y por qué y a continuación estas preguntas:
-¿Por qué las hermanas
de Cenicienta no habían querido ser sus amigas y ahora sí?
-¿Es justo como trataban
a Cenicienta en su casa?
-¿Se merecía Cenicienta
ir al baile? ¿Por qué?
-¿Por qué en un
principio no podía ir Cenicienta al baile?
Bibliografía:
Había una vez una amplia llanura donde
pastaban las ovejas y las vacas. Y del otro lado de la extensa pradera, se
hallaba el hermoso jardín rodeado de avellanos.
El centro del jardín era dominado
por un rosal totalmente cubierto de flores durante todo el año. Y allí, en ese
aromático mundo de color, vivía un caracol, con todo lo que representaba su
mundo, a cuestas, pues sobre sus espaldas llevaba su casa y sus pertenencias.
Y se hablaba a sí mismo sobre su
momento de ser útil en la vida: -¡Paciencia! -decía el caracol-. Ya llegará mi
hora. Haré mucho más que dar rosas o avellanas, muchísimo más que dar leche
como las vacas y las ovejas.
-Esperamos mucho de ti -dijo el rosal-.
¿Podría saberse cuándo me enseñarás lo que eres capaz de hacer?
-Necesito tiempo para pensar -dijo el
caracol-; ustedes siempre están de prisa. No, así no se preparan las sorpresas.
Un año más tarde el caracol se hallaba
tomando el sol casi en el mismo sitio que antes, mientras el rosal se afanaba
en echar capullos y mantener la lozanía de sus rosas, siempre frescas, siempre
nuevas. El caracol sacó medio cuerpo afuera, estiró sus cuernecillos y los
encogió de nuevo.
-Nada ha cambiado -dijo-. No se advierte
el más insignificante progreso. El rosal sigue con sus rosas, y eso es todo lo
que hace.
Pasó el verano y vino el otoño, y el rosal
continuó dando capullos y rosas hasta que llegó la nieve. El tiempo se hizo
húmedo y hosco. El rosal se inclinó hacia la tierra; el caracol se escondió
bajo el suelo.
Luego comenzó una nueva estación, y las
rosas salieron al aire y el caracol hizo lo mismo.
-Ahora ya eres un rosal viejo
-dijo el caracol-. Pronto tendrás que ir pensando en morirte. Ya has dado al
mundo cuanto tenías dentro de ti. Si era o no de mucho valor, es cosa que no he
tenido tiempo de pensar con calma. Pero está claro que no has hecho nada por tu
desarrollo interno, pues en ese caso tendrías frutos muy distintos que
ofrecernos. ¿Qué dices a esto? Pronto no serás más que un palo seco... ¿Te das
cuenta de lo que quiero decirte?
-Me asustas -dijo el rosal-. Nunca he
pensado en ello.
-Claro, nunca te has molestado en pensar
en nada. ¿Te preguntaste alguna vez por qué florecías y cómo florecías, por qué
lo hacías de esa manera y no de otra?
-No -contestó el caracol-. Florecía de
puro contento, porque no podía evitarlo. ¡El sol era tan cálido, el aire tan
refrescante!... Me bebía el límpido rocío y la lluvia generosa; respiraba,
estaba vivo. De la tierra, allá abajo, me subía la fuerza, que descendía
también sobre mí desde lo alto. Sentía una felicidad que era siempre nueva,
profunda siempre, y así tenía que florecer sin remedio. Esa era mi vida; no
podía hacer otra cosa.
-Tu vida fue demasiado fácil -dijo el
caracol (Sin detenerse a observarse a sí mismo).
-Cierto -dijo el rosal-. Me lo daban todo.
Pero tú tuviste más suerte aún. Tú eres una de esas criaturas que piensan
mucho, uno de esos seres de gran inteligencia que se proponen asombrar al mundo
algún día... algún día.... ¿Pero, ... de qué te sirve el pasar los años
pensando sin hacer nada útil por el mundo?
-No, no, de ningún modo -dijo el caracol-.
El mundo no existe para mí. ¿Qué tengo yo que ver con el mundo? Bastante es que
me ocupe de mí mismo y en mí mismo.
-¿Pero no deberíamos todos dar a los demás
lo mejor de nosotros, no deberíamos ofrecerles cuanto pudiéramos? Es cierto que
no te he dado sino rosas; pero tú, en cambio, que posees tantos dones, ¿qué has
dado tú al mundo? ¿Qué puedes darle?
-¿Darle? ¿Darle yo al mundo? Yo lo escupo.
¿Para qué sirve el mundo? No significa nada para mí. Anda, sigue cultivando tus
rosas; es para lo único que sirves. Deja que los avellanos produzcan sus
frutos, deja que las vacas y las ovejas den su leche; cada uno tiene su
público, y yo también tengo el mío dentro de mí mismo. ¡Me recojo en mi interior,
y en él voy a quedarme! El mundo no me interesa.
Y con estas palabras, el caracol se metió
dentro de su casa y la selló.
-¡Qué pena! -dijo el rosal-. Yo no tengo
modo de esconderme, por mucho que lo intente. Siempre he de volver otra vez,
siempre he de mostrarme otra vez en mis rosas. Sus pétalos caen y los arrastra
el viento, aunque cierta vez vi cómo una madre guardaba una de mis flores en su
libro de oraciones, y cómo una bonita muchacha se prendía otra al pecho, y cómo
un niño besaba otra en la primera alegría de su vida. Aquello me hizo bien, fue
una verdadera bendición. Tales son mis recuerdos, mi vida.
Y el rosal continuó floreciendo en toda su
inocencia, mientras el caracol dormía allá dentro de su casa. El mundo nada
significaba para él.
Y pasaron los años.
El caracol se había vuelto tierra en la
tierra, y el rosal tierra en la tierra, y la memorable rosa del libro de
oraciones había desaparecido... Pero en el jardín brotaban los rosales nuevos,
y los nuevos caracoles seguían con la misma filosofía que aquél, se arrastraban
dentro de sus casas y escupían al mundo, que no significaba nada para ellos.
Trabajarla en el aula:
No he realizado cambios en las palabras ni
en frases de esta historia, en principio la contaría en 5 años, aunque puede
que sea algo complicada. Sería buena idea contarla una vez hacerles las
preguntas y hablar sobre la historia y al día siguiente volverla a contar,
así puede que la entiendan mejor.
La primera vez en contarla podemos hacerlo
después de la asamblea, pero las posteriores veces puede servirnos como
historia antes de dormir. Las preguntas que le haría serían:
-¿Qué has entendido de esta historia? Esta
pregunta podemos volver a repetirla después de escuchar todas las preguntas y
de que todos los niños hayan dado sus opiniones.
-¿Qué tiene el rosal que no tenga el
caracol?
-¿Qué tiene el caracol que no tenga el
rosal?
-¿Son felices? ¿Por qué?
Bibliografía
http://www.rinconcastellano.com/cuentos/andersen/andersen_caracol.html#
Muy bien. recuerda que, si cuentas cuentos de Perrault, debes quitar la moraleja para no mediatizar a los niños y, desde luego, no preguntar nunca sobre ella. Procura también modificar esas frases directivas y que juzgan a los personajes, para permitir que sean los niños quienes lo hagan.
ResponderEliminar